dissabte, 9 d’octubre del 2010

Rob Marshall. La mujer como espectáculo: Memorias de un gheisa.


Rob Marshall, ex-coreógrafo, nos muestra en sus filmes la mujer en el mundo de las candilejas, que conoce muy bien, y el glamour, así como las marcas de las heridas que han sufrido hasta llegar al escenario y representar el gran drama de la comedia humana. Tras Annie (1999) y Chicago (2002), le tocó el turno a la mujer oriental en Memorias de una gheisa (2006). El año pasado estrenó Nine (2009), que pretendió ser una segunda parte de Felini 8 y 1/2, y es la más fallida, desde mi perspectiva como espectadora.

Se ha acusado al director de no profundizar en la narrativa y se le ha elogiado por la bella fotografía y la puesta en escena. La suya es una mirada occidental, con un alma occidental, que cual un Marco Polo moderno describe lo que ve y da algún detalle que, a nosotros los occidentales, nos puede resultar de interés, pero nunca podrá penetrar las tradiciones milenarias de Japón como lo haría un oriundo del país; por otra parte es un director que proveniente del mundo del espectáculo da al espectador lo que éste quiere ver: fuera las preocupaciones, llegó la hora del disfrute visual y la magia, por mucha miseria que oculte. Pocas veces, cuando vamos a una representación dramática o a un musical, nos preguntamos que hay detrás de sus actores, porque generalmente no nos interesa, especialmente si se trata de unas mujeres que se pintan el rostro para esconder el rostro, esencia del teatro. Nos identificamos con el personaje y a él con el que lo interpreta, pero no nos preguntamos cómo ha llegado hasta allí.

La protagonista. Chiyo-Chan, mediante su voz en off, narra su origen y el de su hermana, vendidas por el padre cuando su madre cae enferma gravemente y no puede hacerse cargo de ellas ni física ni moralmente. Es muy difícil ponerse en el lugar de otro, pero los que por accidente hemos nacido en el llamado primer mundo y sacralizamos momentos vitales de nuestras vidas, como el nacimiento, el matrimonio, el acceso a la vida de los adultos o la muerte, no entendemos qué sentimientos se esconden en la psique de una mujer, que, tras años de miseria y privaciones , observa impotente desde su lecho mortal la venta de unas niñas entre nueve y once años, llorando en silencio, mientras las pequeñas miran aterrorizadas desde una rendija. Nosotros que nos derrumbamos cuando uno de nuestros retoños de esa edad sufre un pequeño golpe. No soy capaz de imaginar qué se siente en las tierras en las que nace el sol, pero sí sé que aquí, donde muere, estamos demasiado habituados al sufrimiento de los 'orientales' y necesitamos fuertes imágenes para conmovernos, aunque sea un poco.

Pero de la mano de RobMarshall v
olvamos al gran teatro del mundo. Chiyo-Chan se describe a sí misma y a Satsu de la siguiente forma: Mi madre decía que mi hermana Satsu era como la madera, tan arraigada a la tierra como un árbol de Sakura, pero de mí decía que era como el agua. El agua puede abrirse camino a través de la piedra, y, si se ve atrapada, siempre busca un nuevo camino. No sé si estas palabras están extraídas de la novela de Arthur Golden, lo que sí sé es que tienen el mismo sentido que las que pronuncia la madre de Las uvas de la ira, adaptación de Jhon Ford de la obra homónima de Steinbeck. La hermana, que tiene peor suerte y es destinada a un burdel, logrará escapar para encontrar de nuevo sus raíces.

Muchas veces se nos han contado historias de gheisas y con esa idea tan confusa que tenemos de ellas,no entendíamos muy bien cómo en algunos films, norteamericanos por supuesto, muy valorados, como La casa de te y la luna de agosto, de Daniel Mann, todas las mujeres querían dedicar su
vida a esta profesión. Rob Marshall nos habla de su entrenamiento: generalmente compradas a los padres en edad muy temprana, iban a parar a una okiya, en un área dedicada a este negocio que se llamaba hanamachi, en la que se movían con bastante libertad, bajo la vigilancia y control de la mamita; primero hacían tareas propias del hogar y cuando mostraban sus habilidades, eran enviadas a una escuela de gheisas, donde se preparaban para ser makiko o aspirantes y después machi. No podemos pasar por alto que las primeras gheisas fueron hombres, y luego se integraron las mujeres a las que se llamó onna g.

Una de las sorpresa
s que nos reserva Rob Marshall es que las okiyas estaban regentadas por mujeres, que vivían en una especie de recinto conventual, sin contacto con los hombres, salvo en los momentos de su trabajo, lo que hacía surgir constantes conflictos entre ellas, como ocurre en cualquier tipo de convivencia humana. Llegada la pubertad se subastaba su cuerpo y el que ganaba la puja la desvirgaba. Me recuerda el film de Louis Malle, La pequeña. Arthur Golden fue muy criticado por desvelar este hecho que siempre había sido ocultado por los escritores románticos.

Las Onna Gheisas son mujeres educadas en el arte de la conversación, vestidas, pintadas y peinadas con gran c
omplicación y lujo, obras de arte en movimiento que no venden su cuerpo, sino sus destrezas, adquiridas dolorosamente: agonía y belleza van unidas. Sugieren más que dan placer a los hombres, en una sociedad patriarcal, pero deben tener siempre los pies en el suelo para atraerse a un danna o protector, que las colma de bienestar y financia su formación, que unas veces está enamoado de ellas y otras no y suelen ser hombres casados. Dicho esto, nadie debe obviar que en toda carrera hacia la fama much@s se prostituyen, aunque entre nosotros restemos importancia al hecho y consideremos a la gheisa como una especie de mujer pública de lujo. Me resulta muy difícil entender qué es en realidad una okiya, especialmente debido a la manipulación informativa de esta parte del mundo.

Hoy algunas mujeres, incluso universitarias, deciden
dedicarse a esta profesión, que exige una elevada cultura llamada karuyaki, o ' el mundo de las flores y los sauces', que consiste en el dominio de la danza, de algún instrumento y el arte de seducir con gestos, pero este no es el mundo que nos sugiere Rob Marsahll, en el que, en vísperas de la II Guerra Mundial, las niñas eran vendidas y no podían optar. Una de las tres protagonistas, Mameha (Michelle Yeoh), le dice a Chiyo-Chan, convertida en Saruyi (Ziyi Zhang), alias profesional: " No nos convertimos en gheisas para perseguir nuestro destino, sino porque no tenemos elección. Ninguna gheisa puede aspirar a más ". La tercera de los personajes principales, Hatsumono (Gong Li), fracasará, a pesar de su belleza y su buena formación, por rebelarse ante la rectora de la okiya y enamorarse de un hombre vulgar. La gheisa desarrolla su actividad en casas de té, en las que raramente entra la cámara, que nos muestra con planos subjetivos lo que quiere ver la niña curiosa a través de sus cristales; sólo en una ocasión contemplamos el espectáculo: cuando Sayuri desempeña el papel de actriz principal.

Como siempre mantenemos la publicidad es engañosa. El DVD se vende como
una versión inigualable de la cenicienta. Si esto es así es una ceniciente muy particular, pues su origen es el mismo que el de sus compañeras y su príncipe es el director de una gran empresa, al que llama siempre el presidente, que cuando le declara su amor, no le pide que se case con ella, a pesar de que ha vuelto a la profesión , terminada la guerra y su refugio en las montañas, para hacerle un favor ante los americanos y salvar su empresa. Será su danna o protector, su esposo de la noche. La protagonista cierra el film con este aserto: "No son las memorias de una emperatriz o una reina, son otra clase de memorias". En este mundo que no comprendemos, en el que estas mujeres forman parte del imaginario colectivo mundial, parece no extrañar que un hombre se enamore de una niña de nueve años. Aquí llamaríamos de otra manera al que se atreviera a posar sus ojos sobre nuestras adorable hijas. Éstas eran niñas-esclavas que debían trabajar duro, durante muchos años, para saldar sus deudas con la dueña de la okiya, a la que, paradójicamente, llaman mamita, que les infringe duros castigos corporales cuando incumplen las normas.

El hombre occidental es un hipócrita, que busca siempre la paja en el ojo ajeno, pero como
parece ser, cuando uno tiene que vender a sus retoños para evitarles y evitarse la miseria, acceder a una exquisita educación, llevar kimonos cuyo coste absorbía el salario de media vida, no debía ser una oportunidad despreciable. Sayuri y Calabaza se miran al espejo y ven su alter ego, aquello en que se han convertido, que esconden tras una dura máscara hecha de una base blanda a la que añaden plomo, que deja en su delicada nuca, zona considerada erótica por los japoneses, una pequeña zona de piel en forma de u o w. Ésto pasaba en el Japón fascista, cuando sus líderes jugaban a la supremacía de su raza, juego basado en el sufrimiento de su pueblo, pero que esclavizaban a 'sus' mujeres y hombres sin poder; hoy, el ídolo de pies de barro, aún no ha despertado del mal sueño de la crisis inmobiliaria que lo hundió en la ciénaga de su espejismo.

Rob Marshall, hombre procedente del mundo del espectáculo, que conoce bien sus entresijos, nos narra una historia desde su perspectiva, desde la tramoya, usando en la construcción de la diégesis las nuevas tecnologías, una buena fotografía, la colaboración de Steven Spielberg como productor y la siempre valiosa aportación de la música de Jhon Williams . Los demás harían bien en contarnos la historia 'verdadera 'de estas mujeres,
desde el punto de vista del sociólogo, el historiador o el semiótico, evitando todo romanticismo. Estamos a la espera.

Propuestas didácticas:

Cuando estando en tu casa, comiendo y miras el televisor ¿Qué sientes cuando ves a niños de países pobres sufrir toda clase de abusos y atropellos? ¿Cambias de canal?


Japón no es un país subdesarrollado,sino inclusomás rico y productivo ¿Ves con conrmalidad que en este tipo de países se someta,en nombre de la tradición, a las mujeres a cargar con pesados vestidos y tocados, para la satisfacción visual de un público tradicional ? ¿Son nuestras gheisas? ¿Te gusta el colorido y el glamour y desprecias el sacrificio que esconde ?







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