diumenge, 3 d’octubre del 2010

Mujeres cineastas.Doris Dörrie.Desnudos


Hay dos mujeres cineastas que admiro profundamente: Doris Dörrie y Marlen Gorris, una alemana y otra holandesa. Tienen la capacidad de abordar los roles masculinos y femeninos de la era contemporánea, sin necesidad de recurrir al dramatismo extremo para demostrar el camino que aún queda por recorrer.

Los comentarios de Doris Dörrie sobre los hombres refuerzan nuestra opinión: Son seres humanos, creo. Pero lo que encuentro interesante, y es la razón por la que escribo tantas historias sobre hombres y mujeres, es que tras el cambio de siglo nos encontramos en una situación completamente nueva. La independencia económica de las mujeres ha hecho que la economía no sea una razón para estar en pareja. No hay otra razón para estar juntos que no sea el amor. El hecho de controlar cómo y cuando tener hijos, sumado a la situación económica, es un gran cambio. Lo único que nos hace formar parejas es una emoción que llamamos amor.

Esta mujer, paradójicamente,ha sido menospreciada en su país por su carrera exitosa, lo que para algunos es un pecado en sí. Pero quien tiene o ha tenido cerca a una persona que haya intentado, con mucho esfuerzo, lanzarse por el espinoso camino de la creación sabe que el fracaso económico puede ser la 'muerte' del artista, ese zángano. Adolfo Aristarain en Martín Hache pone en boca de su personaje femenino Alicia (Cecilia Roth) palabras estremecedoras, cuando el padre de H dice a su hijo rockero que lo que importa no es el triunfo sino hacer lo que a uno le gusta: "El éxito es la línea divisoria entre un dios y una 'mierda'. Muchos críticos, que viven de juzgar la obra de los demás, olvidan rápidamente a un autor comentado y pasan al siguiente. Recomendamos la lectura de Una pintora con poca imaginación de Patrick Süskind, en la que el mismo crítico acusa a una pintora de poca imaginación y tras el suicidio de ésta por el efecto que ha tenido su acerba crítica, sin recordar lo que dijo antes, escribe en su epitafio que era una artista con demasiada imaginación.

Doris Dörrie es una realizadora que ha logrado la aceptación de gran parte del público internacional, especialmente europeo y norteamericano, aunque ha sido criticada en su país por excesivamente comercial. Hay que decir, sin embargo, que este éxito no le ha salido grastis: ha dirigido más de veinte películas, varios documentales y cinco óperas, lo que evidencia una frenética actividad. Le gusta hacer incursiones a países exóticos, que afortunadamente cambian a ritmos acelerados. En todas las sociedades, incluida la nuestra, hay sectores todavía demasiado amplios de pobreza e ignorancia (no siempre relacionada con la primera) en los que se deja caer sobre las mujeres todo el peso de la violencia estructural y cultural que desemboca con frecuencia en la violencia directa, como lo prueban las macabras cifras de asesinatos de mujeres por sus maridos o amantes, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que debamos dejar de interesarnos por lo que sucede en otros ámbitos aparentemente idílicos y con cierto nivel económico y cultural.

Las mujeres de Doris Dörrie son independientes en el plano económico y funcional, lo que permite un mayor desahogo también para las familias; a veces incluso ganan más que sus maridos, que supone para estudiosos americanos (noticia publicada en este blog) que el hombre está enfermo o tiene muchas posibilidades de llegar a estarlo. En Desnudos Doris Dörrie nos presenta a tres parejas de amigos treintañeros, en las que todos ellos han ingresado en el mundo de los adultos y han conseguido un puesto más o menos brillante en la sociedad; alguna de las mujeres gana más dinero que su marido. Uno de ellos, Dylan, ha tenido un golpe de suerte en la bolsa y se ha enriquecido extraordinariamente en relación a los demás. Otros, como Emilia y Felix, han 'fracasado' y viven todavía una vida adolescente, realizan trabajos marginales y viven en antros, rodeados de cajas y objetos que les unen a un pasado feliz 'no adulto', lo que les conduce a la separación.

En una cena de las que realizan para volver a estar juntos, Felix propone un juego, basándose en una teoría defendida por Emilia y uno de los hombres, Boris: las parejas son intercambiables y si se desnudan, se tapan los ojos y se tocan (con excepción de la cabeza) son incapaces de reconocerse. Felix, impulsor de esta diversión, a quien el resentimiento por una situación de la que él es el único responsable, ha desarrollado una personalidad más ácida y mordaz, y aunque gana la apuesta con subterfugios, la pierde en realidad. El engaño hace aflorar los monstruos que todos llevan dentro: el desamor, el dinero, la rutina...

En esta cena, en la que sus protagonistas desnudan algo más que su cuerpo, se evidencian muchas contradicciones: las parejas sí son intercambiables, pues ha habido infidelidades entre ellos dentro del círculo; el dinero ha abierto brechas insalvables, pues como dice Annette, cuando no lo tienes luchas por él y cuando ya lo posees sigues luchando para tener más; Boris no acepta que su mujer, Annette gane más que él; Dylan, el rico, ya no desea a su mujer; Emilia y Felix no pueden vivir juntos, aunque se añoran separados. No echan de menos el amor sino la vuelta a los vaqueros, a la vida sin responsabilidades, vivida plenamente. Al final aceptan vivir menos felices para no ser más desgraciados por separado. La cobardía les paraliza.

Las mujeres, trabajadoras de medios de comunicación, desempeñan un rol masculino, pero siguen preocupadas por su sermiradaidad, su ropa y sus liposucciones, para agradar a unos hombres que ya no se fijan en que han pasado por el quirófano; ellos, aunque cuidan mejor su cuerpo que los hombres de antaño, no tienen estas tribulaciones: Boris presenta una dentadura deteriorada que haría que una mujer se replegara bajo las sábanas para no ser vista; la más desfavorecida económicamente, Emilia, tensiona al máximo su imaginación para ser exótica sin gastar dinero, poniendo encima de su vestido una artística venda con alguna leyenda. Charlotte, la rica, se angustia por la nouvelle cuisine que no le gusta a nadie; todos logran una apariencia de gente 'guapa', alegre y divertida, en cuyas vidas aparecen ya signos de desmoronamiento y resignada mediocridad.

Desgraciadamente se está creando un sentimiento de que el trabajo y el esfuerzo valen muy poco y que todo depende de las rachas de suerte, que, no nos equivoquemos, genera una violencia, más o menos sofocada, cuando los hombres y las mujeres no encuentran el cauce adecuado para desarrollar sus potencialidades, lo que favorece el reforzamiento de un mundo competitivo en el que siempre sucumbe el más débil, que hoy por hoy es todavía la mujer. Convienen estar atentos. Hay algo incuestionable: es imposible recuperar la infancia perdida, retomar el mundo de la amistad sincera, sin intereses y taparse la cabeza con bolsas de papel del supermercado que nos aislan de una realidad que no nos gusta.

Otras directoras se ocupan de la realidad más truculenta (Iciar Bollain, Mira Nair...) que, desde luego exige una actitud social orientada a decir ¡basta ya!, pero es interesante que alguna incida en la necesidad de no dejar de lado las contradicciones que se generan en el mundo contemporáneo, más sutiles, políticamente correctas, pero que producen infelicidad y resentimiento entre hombres y mujeres y que sientan a muchos seres humanos en el diván del psiquiatra, público o privado, o conducen al consumo de estupefacientes para hacer soportable la vida. Es significativa la secuencia en la que Dylan, en cuya distinguida mansión no se puede fumar, siente una tremenda ansiedad por un cigarrillo o un porro.

Todos abemos que estas cosas son así y que en muchos casos producen muertes lentas por depresión, pérdida del gusto por la vida y deseo de no levantarse de la cama. La consecuencia más visible es la pérdida de la forma, una de las causas de desempoderamiento de la sociedad actual inmersa en el esteticismo, que ayuda a los afectados hundirse más profundamente en el pozo.
Muchas mujeres trabajadoras, que se han esforzado y han luchado por encontrar cierto acomodo entenderán muy bien el mensaje de Doris Dörrie, que no niega en absoluto la posibilidad de vivir en pareja con cierta placidez, pero que alerta de que aún queda mucho camino por recorrer para que el ser humano logre su objetivo principal: vivir feliz.
Muchas veces como mujer trabajadora, que incluso ha asumido puestos de responsabilidad, ha trabajado codo a codo con hombres y ha sufrido por ello, he echado en falta que alguien se ocupara de las que estamos haciendo estos duros trabajos que compatibilizamos con las también duras tareas del hogar ¿Cuántas mujeres, a las que se exige la perfección en todas sus actividades, (buena trabajadora, buena madre, buena esposa...) no han deseado que pasara rápidamente esa fiesta en la que todos disfrutan menos la anfitriona, para la que son una auténtica tortura ? ¿ Por qué se imbuye a las mujeres ese deseo de agradar ? Hasta el menos integrado socialmente de los hombres pide a su pareja que se ponga un bonito vestido para no dar imagen de fracasada.


Ópera dirigida escénicamente por Doris Dörrie.


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