dilluns, 4 d’octubre del 2010

Ernest Lubitsch. Lo que piensan las mujeres.


Hoy hemos decidido volver la vista setenta años atrás y ver cómo analizaban los hombres y mujeres de aquella época las contradicciones del sistema sexo/género. Se escribe mucho sobre ésto, pero siento cierta decepción cuando veo la vaciedad y superficialidad con que se realizan ciertas afirmaciones: "Lubitsch era un maestro de la sugerencia, la sutiliza y el dominio del tiempo y espacio narrativo" ¿? Donde muchos hablan de sugerencia yo veo explicitud y donde dicen sutileza yo hablo de ñoñería.

Hay para quien cualquier tiempo pasado fue mejor y tiemblan de emoción recordando aquellos momentos de las escuelas separadas, los libros encima de la cabeza para andar tiesas, el mamporreo disonante de un piano y un largo etcétera de frivolidades.

Dentro del mundo de la teoría y la crítica feminista no hay unanimidad, como no la hay en ninguna ciencia. Teresa de Lauretis, vieja conocida de este blog, pretende deconstruir el dogmatismo de grupos de autoconciencia, caucus de mujeres, revistas y medios de comunicación que se están convirtiendo en un límite, casi un obstáculo para el desarrollo del pensamiento feminista, al poner el acento en lo sexual, en la diferencia entre macho y hembra. Lo que pretende es articular las diferencias de las mujeres de la Mujer, esto es la diferencia entre mujeres, contemplando un sujeto no constituido únicamente en el género, sino en las relaciones de clase y raza.

¿Qué queremos decir con ésto? La película de Lubitsch pone el foco en un grupo de mujeres ociosas, de la clase alta, que viven rodeadas de todas las comodidades con maridos que se dedican a vender, en el caso de la protagonista, seguros a empresas, pero que tienen poco contacto con la cultura. Comienza con una voz en off que dice algo tan rídículo y cursi como que el hombre que ha explorado tantas tierras y realizado tan grandes descubrimientos, todavía no ha podido penetrar en un lugar : la toilette de señoras. La cámara entra en este santuario de las féminas y allí Jill Baker, dama de la alta sociedad, tiene un serio problema: padece ataquitos de hipo porque su marido no la atiende lo suficiente (cosas tontas, se duerme antes que ella, se leva
nta antes también...) y le hace ¡quics! en la barriga. Se desata la alarma del grupo que le recomienda un psicoanalista de moda, al que miente sobre su edad (como no podía ser menos) y se quita ¡dos años! En la consulta conoce a un músico, que tiene de bohemio lo que yo de astronauta ( le podría presentar a unos cuantos), Alexander Sebastian, hombre misántropo, desagradable, que interpreta su música sólo para fastidiar y que tiene la osadía de llevarla a una exposición de cuadros no sé si llamarlos cubistas sintéticos, surrealistas oníricos, o la mezcla de ambas cosas. Semejante atrevimiento en la forma de expresión escandaliza a una burguesía que le gusta ver las cosas 'como son', incluso el pequeño error de los bolillos, al estilo de un cursi Renacimiento. Éste en vez de quics dice fuit.

Deja a su buen marido, honesto y trabajador, por este tarambana, pero sus oídos no están preparados para soportar los plumbeos ensayos del pianista y empieza a añorar su tranquila vida matrimonial. La oveja vuelve al redil y ¡happy end! El marido, Larry, es muy 'listo' y según consta en la carátula del DVD,muy carcamal, finge estar interesado en el divorcio ya que el 'pusilánime' pianista que se ha instalado en su casa, no acepta un combate para no lastimarse las manos. Claro que el uso que un músico hace de éstas no es el mismo que el que hace un empresario, que sólo las usa para firmar cheques.

Mientras ésto ocurre en la Quinta Avenida, muchas mujeres soportan el paro, maridos borrachos, escasos salarios, trabajo abrumador, dentro y fuera de casa, y nadie les dice quics ni fuit. Suerte tienen muchas si no les hacen ¡pif-paf!. El cine, como decía Claude Chabrol, es una ventana abierta al mundo y Lubitsch puede dominar muy bien el tiempo y el espacio narrativo, pero en este caso se metió en un jardín que tuvo que pagar caro; desde su atalaya se vio claramente una clase con dinero y sin cultura, y un realizador que no ha debido ver muchos músicos de cerca.



Así lo vieron algunas mujeres, como la directora Nancy Meyers, sesenta años después, aunque no sean maestras de la sugerencia o la sutileza. ¿Lo que nos muesta Nancy son mujeres ?

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