dimarts, 25 de maig del 2010

David Frankel, El diablo se viste de Prada.

La penalización de la feminidad
El poder rechaza e inhibe la feminidad como valor y ello se refleja en las relaciones afectivas y en los principios dominantes en los sistemas de liderazgo y gestión políticos, sociales, económicos y culturales. En los hombres se penaliza no sólo la feminidad sino la carencia de aptitudes para imponer los principios patriarcales basados en la rivalidad, la competencia y el no cuidado del otro. En los últimos tiempos los medios de comunicación han acuñado un término nuevo, que repetido hasta la saciedad logra penetrar en el imaginario colectivo:
optimista antropológico=tonto. Sólo hay que escuchar , no oir, para entender qué se valora en el líder. El perfil del hombre-hombre, blanco occidental por supuesto, con dinero, rodeado de alguna belleza (Carla Bruni, Isabella Grecoraci...), de mediana edad, representa el modelo de estatus al que tod@s debemos aspirar, y "crecemos con el miedo y la angustia de no cumplirlo, puesto que además somos penalizados de diversas formas por no hacerlo. Sexismo, clasismo, racismo, homofobia, esteticismo, edadismo se generan desde este modelo como valores aceptados y practicados de forma ciega por la sociedad" (Marcela Lagarde 2005). Gastamos millones en consumir elementos que nos acerquen a ese modelo ideal y quien no lo cumple lo tiene más difícil en nuestra sociedad. Se nos castiga y premia. desde que nacemos para que cumplamos la norma social establecida, coartanto la propia identidad y, en definitiva la Libertad. El modelo impuesto y el culto al modelo nos aparta de la realización de nuestro propio Ser. Nacemos con un potencial infinito de creación que va siendo minado (desempoderado) conforme crecemos y somo aculturad@s. (Maite Sarrió Catalá).

David Frankel realiza un filme, El diablo se viste de Prada, que sin ser una gran comedia nos sirve para ilustrar lo que queremos decir; por ella desfilan una galería de personajes desempoderados por diversas razones, que giran en torno a una mujer muy poderosa, Miranda Priestly (Meril Streep), que dirige una prestigiosa revista de moda, Runway, cuyas opiniones temen todos, desde sus empleados hasta los propios creadores de moda. Esta mujer que aparentemente reune todos los requisitos que el modelo patriarcal exige, sin embargo en su intimidad es una fracasada emocional, machacada por los hombres y, que paga caro su triunfo profesional.

Andrea Sachs (Anne Hathaway) es una joven periodista, cuya ilusión es triunfar en un periodismo serio, de referencia, cada vez más en crisis, pero que no puede rechazar una oferta de trabajo en una pretigiosa publicación, lo que le ocasiona problemas en su relación sentimental y con unos amigos que todavía no han alcanzado un lugar estable en la sociedad. Todos ellos están desempoderados, por la fragilidad que implica no poseer un empleo que garantice su supervivencia, entre ellos su novio Nate (Adrián Grenier), que no admite el cambio operado en Andrea.

Desde que se incorpora a la empresa siente el peso de una discriminación basada en su inexperiencia y el esteticismo dominante en este medio, que exige una talla treinta y seis, como mucho, y subirse encima de unos zancos que dificultan su libertad de movimientos; a ello se añade el abandono de su vida privada y su dedicación exclusiva a la empresa, que le ocasionará problemas con su pareja, aunque éste no dudará después en aceptar un puesto importante como chef en un estado diferente; mientras, Andrea, mujer honesta, e invadida por un amor romántico, abandona la publicación, aunque un hapy end, propio de la comedia, la reivindica concediéndole un puesto en un diario serio y profesional.

Quien le va a ayudar en su tr
ansformación en una mujer elegante, de acuerdo con los cánones esteticistas, va a ser Nigel (Stanley Tucci), un homosexual, por esta razón también desempoderado, que cuando parece que va a alcanzar el reconocimiento profesional que se merece, es de nuevo apartado por intereses de los más fuertes.

Por último nos queda Emily, la más débil de todos estos personajes, sumisa y subordinada a los caprichos de Miranda y de la empresa, y a la que se puede aplicar la célebre frase de Simone de Beauvoir (1948): " no se nace mujer, una llega a serlo". Se cree el sistema y es víctima de un sexismo ambivalente, como lo define Glick, en su vertiente benevolente, que la coloca en un pedestal por su belleza, a condición de que la conserve y que cumpla con el rol que la biología ha creado para ella. Su fuerza no reside en la fuerza, la inteligencia o el poder, sino en la vigilancia de su cuerpo y en la autoviolencia que practica para mantener siempre la apariencia exigida. La competencia de Andrea le produce terror, el miedo de perder su estatus , de ser desplazada por otra mujer que se ajuste mejor al modelo; sufrirá humillaciones constantes por su sumisión.

En torno a todos ellos pulula un conseguidor, un mago, un intrigante, al servicio de los poderosos por alcanzar la dirección de la empresa. Fracasará en su lucha con Miranda, que está más entrenada para vencer en un mundo de hombres, cuyos secretos domina del mismo modo que a ella le domina la ambición.

Aunque no es un obra maestra, nos sirve bien para comprender como desempodera el esteticismo dominante en nuestra sociedad, que provoca enfermedades como la anorexia o la bulimia, que afecta a jóvenes que no quieren renunciar a formar parte del ejército de mujeres guapísimas que pueblan el universo. La televisión y la pubñlicidad son dos instrumentos poderosísimos al servicio de la supervivencia del modelo de dominación patriarcal.

Miranda será víctima del edadismo, ya que, aunque su autoridad es reconocida por todos en este mundo, pronto deberá ser sustituida por una mujer más joven, que empuja con fuerza; aunque de momento sortee la cornada, sabe que no tardará mucho en llegarle el relevo, que le relegará a su ámbito doméstico, donde pasará de dominante a dominada.



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